domingo, 30 de noviembre de 2008

Oriente Próximo: una teoría

Por Ángel Pérez González


Para entender la situación estratégica próximo oriental, conviene partir de una teoría que explique la combinación de factores que allí concurren. La fórmula del dominó es la más usual. Esta teoría representaría la región como una suerte de dominó, en la que cada ficha representa una situación conflictiva que al estallar prende la mecha de la siguiente. El dominó comienza en el conflicto palestino-israelí, prosigue en Líbano, luego Siria y de allí la serpiente continuaría en dirección a Irak e Irán. La teoría del domino tiene la ventaja de ser sencilla; y la desventaja de no explicarlo todo. En pocas palabras, existirían fichas desperdigadas alrededor del eje central del juego cuya función en el mismo sería desconocida.

Para resolver este problema se puede aplicar otra fórmula atractiva: las ondas en el estanque. Si en las aguas en calma de un estanque se lanzan pequeñas piedras a velocidad y tiempo variable, aquellas generan ondas sobre el agua que al multiplicarse interfieren unas con otras. Cada onda un conflicto; y cada interferencia una combinación de conflictos. El problema en este caso es la excesiva profusión de combinaciones, y el resultado final resulta farragoso.

La teoría adecuada por tanto ni puede combinar, ni enlazar; debe superponer; en este caso, conflictos de naturaleza distinta que coinciden en el tiempo y el espacio, pero que mantienen su identidad diferenciada. Unos conflictos unifican, y otros dividen. En este caso existe un conflicto ideológico, un conflicto estratégico global y varios conflictos locales, que a modo de pirámide explican la complejidad regional. Así, en el caso israelí se dan cita el conflicto ideológico, islamismo versus occidentalismo; el conflicto estratégico: independencia nacional palestina versus seguridad israelí; y el meramente local: ampliación y consolidación de fronteras en el caso de Israel y enfrentamiento interno palestino por el control de su autoridad protonacional (ANP). Los elementos unificadores son los superiores, ideológico y estratégico; los separadores son los locales: independencia del Líbano, aspiraciones hegemónicas enfrentadas de Egipto, Arabía Saudí e Irán; independencia palestina; seguridad jordana y la consolidación del nuevo estado iraquí.

Los conflictos unificadores

Si para la opinión pública resulta difícil distinguir el Líbano de Israel, la causa palestina de la cuestión siria o Irak de la estrategia nuclear iraní, esto se debe a los dos niveles de conflicto que unifican las formas, aunque no el fondo de la realidad. El ideológico y el estratégico, compuesto este último de dos variables: la seguridad israelí y la lucha por la hegemonía regional. El ideológico ha sido negado con insistencia con argumentos de naturaleza diversa: la imposibilidad de un enfrentamiento entre abstracciones (Occidente e Islam), el carácter no estatal del fundamentalismo islámico; la existencia de estados fundamentalistas aliados de Occidente, la necesidad de comprender las motivaciones locales que nutren ese fundamentalismo, entre otras.

Pero lo cierto es que las corrientes ideológicas han nutrido en otros momentos de la historia conflictos de carácter material, sin ir más lejos el que enfrentó a Este y Oeste hasta 1991. Ese conflicto ideológico se materializó también dentro de las sociedades afectadas, con virulencia en Occidente, donde los partidos comunistas gozaron de notable libertad de acción; y con menos intensidad en el Este, donde sin embargo existieron movimientos de resistencia notables en Hungría, Polonia o Yugoslavia. El conflicto ideológico ha sido planteado crudamente por los diferentes movimientos de naturaleza fundamentalista e influye activamente en la política interna y la percepción de los acontecimientos en todos los estados de la zona, limitando siempre la capacidad de acción de los gobiernos reconocidos de aquellos. La extensión de una ideología combativa, marcadamente antioccidental, que reclama una permanente involución moral y religiosa y asume como propios los elementos del imaginario colectivo musulmán ha permitido explicar de manera sencilla acontecimientos complejos: Israel, la guerra de Irak, la invasión del Líbano o el terrorismo de Hizbolá, que resultan ser, desde esta perspectiva, parte de un enfrentamiento cultural milenario. Facilita el reclutamiento de terroristas; obstruye procesos de paz y alimenta la generación en la zona de chivos expiatorios, judíos y cristianos normalmente.

Una falsedad peligrosa que condiciona los conflictos locales y cuya victoria mediática y sociológica es innegable, haciendo muy difícil cualquier reforma democrática en la región. El segundo elemento unificador es el estratégico. También es general, entendiendo por ello que se sobrepone a los conflictos y escaramuzas locales. Y se subdivide en dos, la seguridad de Israel y la lucha por la hegemonía regional. El primer aspecto no puede reducirse a un mero problema de fronteras, sino que debe entenderse tal y como es percibido en Israel, como un dilema existencial. La fijación de fronteras definitivas, su reconocimiento internacional y el control de las organizaciones que ponen en tela de juicio el origen mismo del estado judío constituyen el engranaje primigenio del conflicto palestino-israelí, que tras la década de los setenta se convirtió en el conflicto bilateral que hoy conocemos.

La intifada, o rebelión callejera palestina, terminó por consolidar el proceso como una lucha por la independencia y dio forma tanto a la división actual de la sociedad israelí, enconada más si cabe tras la última invasión del Líbano; como al enfrentamiento civil dentro del campo palestino. La lucha por la hegemonía regional constituye el segundo eje vertebral, que condiciona la acción exterior de Egipto, detentador histórico de esa posición dominante; la tensión ideológica entre Irán y Arabia Saudí, dedicados ambos a financiar las dos ramas fundamentalistas que han contribuido a consolidar el conflicto ideológico; la actividad siria, heredera del baazismo fenecido en Irak; y el propio Irak, que tras su reconstitución con apoyo norteamericano debe jugar un papel aun por definir como estado tapón; e instrumento político de referencia para los EEUU. Todos los actores necesitan legitimar sus aspiraciones, legitimidad que utiliza como código ideológico emblemático la cuestión de Israel.

Los conflictos locales

Ninguno de los conflictos locales tiene solución. Primero porque son dependientes de las dos variables definidas como unificadoras (estratégica e ideológica). Segundo, porque ningún actor local tiene la capacidad material por si solo para modificar sustancialmente el estado de cosas, incluido Israel. Una de las razones que explican la inestabilidad política interna en este país (resultados electorales imprecisos, alianzas cambiantes, elecciones anticipadas…) es precisamente el carácter irresoluble de la cuestión palestina.


Esta se ha convertido en un elemento estructural con respecto al cual se definen líderes y partidos políticos. Pero todas la posiciones, pacifistas o no, se estrellan contra la complejidad de un entorno hostil, algunos de cuyos actores se niegan a reconocer las fronteras actuales u otras futuras y con respecto al cual hay que establecer medidas de seguridad extremas. Por supuesto de las técnicas empleadas para gestionar la cuestión palestina, unas han tenido mejores resultados que otras, pero siempre han sido parciales.


La ocupación tuvo un coste militar y político elevado; el desenganche unilateral y la construcción del muro han reducido los atentados, pero no han modificado las aspiraciones palestinas; y la persecución en Líbano de Hizbolá ha resultado militarmente infructuosa. Israel se encuentra ante un dilema existencial de envergadura más que notable, en clara desventaja demográfica y siempre a la defensiva. Sin salida y arrastrado a un posición incierta ante cualquier amenaza regional, por ejemplo Irán; la única política interna que suscita unidad es la de defensa. Más allá de las buenas palabras, sin un ejército eficaz Israel no existiría.

La historia del Líbano es, como la de Israel a veces, la de un estado empujado por los vaivenes regionales. En el Líbano convergen los intereses palestinos, iraníes y sirios, que lo han utilizado como base de apoyo, campo de operaciones terroristas y ámbito geográfico natural de expansión respectivamente. Con objetivos distintos, los tres actores han arruinado un estado próspero y multiconfesional en un juego en el que Israel solo ha tenido una función política subsidiaria. La debilidad del estado y las desavenencias internas entre musulmanes y cristianos terminaron por imposibilitar el desarrollo normal de este territorio. Este hecho es tan evidente que Naciones Unidas mantiene en suelo libanés una misión que tiene los objetivos adecuados: proteger las fronteras de Israel, desarmar a Hizbola y controlar la frontera sirio-libanesa.

Los medios inadecuados, como es habitual en las misiones internacionales; y la estrategia incorrecta: colaborar con Siria, contemporizar con Hizbola y negociar con Irán. Este último país se ha convertido en un factor crítico en la gestión de la crisis libanesa, dispuesto como está a utilizar la fuerza lo más cerca posible de Israel en el marco de las amenazas que salpican las negociaciones suscitadas por su programa nuclear. Lo inevitable del enfrentamiento con Irán permite predecir con notable seguridad la continuidad de la crisis en el Líbano. Y es que Irán aspira a convertirse en una potencia, no solo regional, sino también internacional. Para ello su política exterior se ha concentrado en dos elementos vertebrales, a saber, la posesión de armas nucleares y la expansión de la ideología revolucionaria del régimen.

Ambos objetivos chocan con las aspiraciones estratégicas o ideológicas de Egipto y Arabia Saudí; y necesitan además de un instrumento que permita transmitir la voluntad con la que persigue ese objetivo. Financiar actividades terroristas le ha permitido no solo materializar su aspiración hegemónica (influencia efectiva sobre el terreno: Líbano e Irak), o su proyección ideológica (antisemitismo compulsivo y violento antiamericanismo); sino también desviar la atención del principal conflicto en curso, la aparición de una potencia nuclear agresiva cuya contención exigirá probablemente el uso de la fuerza.


El escenario próximo oriental resulta un espacio sumamente útil para un estado totalitario de estas características, y por tanto no puede esperarse de Irán esfuerzo alguno por estabilizar o resolver el conflicto palestino.

Durante años, y así sigue siendo, la independencia efectiva de Palestina ha constituido la solución ideal del conflicto. La independencia palestina, sin embargo, resulta un proyecto de difícil ejecución por varias razones. Primero, el conflicto no es solo territorial o neocolonial, es también ideológico. Y desde este punto de vista el objetivo último de una parte notable del movimiento palestino es eliminar, y no cohabitar con Israel. Dos, la ausencia de seguridad en las fronteras hace prácticamente imposible para Israel abandonar todas sus posiciones hoy existentes fuera de las fronteras de 1948. Por razones estratégicas y tácticas eso es sencillamente imposible. Tercero, las autoridades palestinas han demostrado un grado de ineficacia y corrupción incompatibles con la estabilidad política, fenómeno que alimenta el radicalismo y la actividad terrorista como solución vital optima para miles de individuos.


La experiencia de Gaza, verdadero centro terrorista tras la retirada israelí, y del Sur del Líbano, ocupado por Hizbola tras la disolución del ejército del sur del Líbano, armado y gestionado por Israel, son elocuentes al respecto. El temor justificado de Israel, y las notables deficiencias de los gestores del proceso de independencia auguran, de nuevo, la continuidad del statu quo.

Por último los casos de Jordania e Irak. Jordania ha jugado históricamente un papel moderador en el conflicto palestino-israelí, una vez desenganchada de la causa palestina tras la expulsión de los refugiados en los años setenta. Este fue el primer estado que detecto el carácter destructivo de la causa palestina, y el primero en establecer una política de contención frente a aquella, como más tarde hizo Egipto.


El de Jordania es un caso de excepcional habilidad para mantener la independencia y la estabilidad interna frente al potencial de riesgo que representan Irak, Siria y Palestina. Esta es la razón por la que sus relaciones con Israel son relativamente buenas; y esta es la situación que Siria e Irán desean evitar en Líbano: la emergencia de una administración que se desenganche de la cuestión palestina, se aísle de los conflictos vecinos y establezca relaciones cordiales con Israel. Respecto a Irak, la consolidación del nuevo régimen constituye una de las incógnitas más desestabilizadoras en el tablero regional. Su posición central resulta muy interesante para EEUU, y como estado tapón resultaría muy útil para contener a Irán y a Siria.


Sus debilidades internas sin embargo son notables, y ni Irán ni Siria están dispuestas a tolerar la emergencia de una potencia regional más o menos prooccidental y capaz como en el pasado de disputarles la hegemonía. La posible retirada norteamericana hace de esta hipótesis un escenario peligroso; que sin duda acelerará el programa nuclear iraní y las cavilaciones de EEUU, que necesitará bases militares permanentes en la zona si desea ejercer una presión eficaz sobre el terreno.

Los actores externos

Una teoría de superposición de conflictos permite explicar además la ineficacia habitual de las acciones políticas que europeos y norteamericanos suelen ensayar con respecto a la situación de Oriente Próximo. Y lo hace situando fuera, y no dentro de las estructuras superpuestas a las potencias occidentales. Estas solo alcanzan a influir en los conflictos unificadores, pero no penetran la estructura conceptual descrita; esto es, no alcanzan a poseer instrumentos que modifiquen los hechos dados en los conflictos locales, que son los que normalmente alimentan las noticias emitidas por los medios de comunicación.


Y ello a pesar de los reiterados intentos de convertirse en actores trascendentes en el área, hecho particularmente evidente tras la ocupación aliada de Irak. Ocupar y modernizar Irak resultaba un proyecto atrayente entre otras razones porque iba a permitir operar desde el interior de la región en los dos conflictos unificadores, el ideológico y el estratégico. En el primer caso se trataba de la puesta en marcha de un estado moderno y democrático que sirviera no solo de contención, sino de fuerza motriz a un ambicioso plan democratizador para toda la región. Colisionaba por tanto con el fundamentalismo islámico y constituía desde ese punto de vista una agresión a los grupos y estados que en el se amparan.


En el segundo caso, los aliados intervenían directamente en la lucha por la hegemonía regional, primero creando una potencia regional amiga, Irak; y luego enfrentándose a otras hostiles, como Irán y Siria. Una combinación de factores como la debilidad interna del estado ocupado, la rápida acción de los grupos terroristas y la intervención inmediata de Irán en su potencial espacio de influencia hicieron de Irak un estado de gestión difícil con algunos resultados sorprendentes. Primero, Irak quedó eliminado temporalmente de la lista de poderes regionales; segundo, empantanó un número elevado de tropas occidentales; tercero, influyó notablemente en la vida interna de los estados ocupantes, debilitando la estrategia occidental; cuarto, ofreció a Irán la oportunidad de fijar su campo inmediato de batalla ideológica y quinto, puso en aprietos a aquellos estados con políticas anteriores de carácter prooccidental.


Sin embargo no modificó en absoluto ni la naturaleza de los conflictos unificadores, ni la dinámica de los conflictos locales en la región, entre ellos los concernientes a Israel y Líbano. Ahora que la retirada de Irak parece una cuestión de dos o tres años, y a pesar de los buenos resultados de la campaña dirigida por el general Petraeus; lo cierto es que la acción de los EEUU y sus aliados a penas ha traspasado la epidermis de la estructura de conflictos superpuestos descrita.

Si la intervención diplomática resulta poco eficaz, y la acción directa sobre el terreno tan poco trascendente, la pregunta es inevitable: ¿se puede o no modificar la estructura regional de conflictos superpuestos? La respuesta es si. Una estructura superpuesta parte de la existencia de conflictos de amplitud y naturaleza variable. La estructura de superposición permite esquematizar como se relacionan entre si esos conflictos. Pero dado que una estructura de superposición equivale a una muñeca rusa, la única forma de cambiar su engranaje es desmontándola, capsula tras capsula, del exterior al interior.

Es decir, en sentido contrario al habitual. Por ejemplo, aunque se han multiplicado las acciones tendentes a facilitar el entendimiento israelí-palestino, ha resultado hasta ahora imposible consolidar una estrategia eficaz contra la acción islamista en la región; siendo que este último constituye el soporte ideológico que nutre la acción terrorista palestina.


En el caso iraquí, lo que inicialmente estaba diseñado como una acción que debía modificar una de las cápsulas de la estructura superpuesta, una capsula correcta, exterior; se convirtió por razones políticas o de medios materiales en la gestión de una conflicto local incapaz por si mismo de cambiar el modelo o estructura de superposición. La consecuencia, como en otras ocasiones, es palpable. Aquel modelo sigue operando sin restricciones reforzando el carácter estructural y no coyuntural de la tensión en la que vive toda la región.

Conclusión

Todas las variables sobre el terreno permiten considerar el estancamiento del conflicto en Oriente Próximo como la situación probable en 2009; y ello considerando la posibilidad de que la nueva administración norteamericana ponga en marcha una nueva ofensiva diplomática. Como las anteriores, se estrellará con una realidad compleja, que supera el mero conflicto palestino-israelí y cuya solución no puede basarse ni en buenos sentimientos ni en fuertes liderazgos. Desmontar la estructura descrita exige atender los dos conflictos generales, el estratégico y el ideológico; y no perder de vista la utilidad que la cuestión palestina tiene para los regímenes de las potencias involucradas.

El desarrollo del programa nuclear iraní, y la consiguiente carrera en la región por adquirir medios de defensa, también nucleares; la decisión de EEUU de retirarse de Irak y la creciente percepción israelí de riesgo (Hizbola en el norte, amenaza balística iraní; y escasa credibilidad de la capacidad de disuasión que pueda ofrecer Occidente) resultarán determinantes en la proyección futura de la crisis.

Fuente: GEES

domingo, 2 de noviembre de 2008

Nasralá concibe a sus seguidores como seres capaces de exterminarse mutuamente.


IQNA, la Agencia de Noticias Coránicas de Irán, cuyo régimen financia, pertrecha, adoctrina a Hisbulá, ha informado el miércoles 29.10.08 que el Secretario General del Hisbulá, Partido de Alá, Al-Sayyed Hassan Nasrallah ha negado personalmente la noticia de su envenenamiento, que algunos sitios web, periódicos y canales de televisión han difundido.


El canal de televisión satelital Al-Manar ha transmitido las declaraciones de Al-Sayyed Hassan Nasrallah diciendo que “esto formaba parte de la campaña de guerra psicológica en contra de la resistencia y que tenía como uno de los objetivos el crear conflictos y campañas de exterminio al interior del partido”.Nasralláh añadió que “el sitio que había transmitido la falsa noticia es un sitio desconocido, de fuentes poco confiables, y que Israel había trabajado la noticia. Asimismo, recordó la existencia de sitios web y medios de comunicación árabes que sirven al proyecto americano-israelí, difundiendo noticias falsas que provienen del mismo lado oscuro”.

Si se hubieran difundido rumores en el mundo árabe y/o musulmán sobre un envenenamiento del Premier israelí, esto no crearía ningún conflicto en la sociedad israelí, debido a la transparencia de las noticias en Israel, de la confianza a la difusión de los avatares de la política israelí, y a la libertad de prensa, como ocurre en toda democracia.
No habría ningún desmentido a rumores creados por Hisbulá, por Irán, o por cualquier enemigo de Israel. No se perdería el tiempo con sandeces.
Ni afectaría al partido del Premier, ni a la sociedad israelí.Sería tomado como uno de los abundantes rumores y estupideces que circulan por el mundo árabe y/o musulmán. Nada más.
Si Hisbulá es el Partido de Alá, y Alá guía a Hisbulá, Nasralá no tiene porque temer conflictos internos, ni temor a campañas de exterminio en el interior del partido Hisbulá.
El temor de Nasralá en un exterminio interno en Hisbulá se fundamenta en que el concepto de la divinidad de los islamistas es el de un dios cruel y guerrero y que no busca la paz.

¡ Que Partido de Alá más extraño, que un rumor del enemigo sionista pueda desencadenar conflictos y campañas de exterminio dentro de Hisbulá !

Si Israel ha difundido ese rumor, ¿Por qué hay peligro de guerra de exterminio entre los fieles más devotos del Islam, miembros de Hisbulá?
No es posible creer en hipotéticas guerras de exterminio interno si se tiene confianza en la lealtad y fidelidad de los seguidores, y de la libertad interna.

Si Hisbulá, el Partido de Alá, es un partido unido, sin odios internos que puedan llevar a una guerra interna o exterminio interno, es innecesario desmentir lo que procede del "lado oscuro" -en palabras de Nasralá, del enemigo.

Nasralá ha definido muy bien a sus seguidores, los creyentes más fervientes del Islam, capaces de exterminarse internamente, entre hermanos.Ellos se conocen mutuamente muy bien.

Fuente: Periodista Digital