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sábado, 3 de enero de 2009

¡Pobres palestinos!


Mientras caen las bombas sobre Gaza y su población paga con su vida la insensatez terrorista de Hamás, en Occidente se movilizan miles de personas, indignadas por el sufrimiento del pueblo palestino. Es curioso que gente tan sensible no hayan manifestado antes para denunciar el trato que reciben los refugiados palestinos en Líbano, Siria o Jordania, por parte de sus hermanos árabes.

Tampoco hubo manifestaciones para denunciar el sangriento golpe de estado de junio de 2007 que destituyó a los representantes de la Autoridad Nacional Palestina en Gaza, ni el posterior exterminio y expulsión de cientos de dirigentes de Fatah, el grupo del presidente palestino Mahmud Abbás; ni la represión desatada en la conmemoración de la muerte de Arafat, ni cuando los comandos de Hamás atentaron contra colegios palestinos que enseñaban inglés.

Para los palestinos de Gaza que pertenecen a Fatah, la suerte es dos veces sombría. Sus hermanos de Hamás suelen gastarle algunas bromas sangrientas, como refugiarse en sus casas cuando los persiguen los soldados israelíes, exponiendo a las familias de sus adversarios a las represalias. Por cierto, ninguno de estos manifestantes occidentales quisieran vivir con Hamás al otro lado de la calle ni tiene la menor idea de lo que eso significa ni mucho menos cómo se llegó a esta situación.

En rigor, los bombardeos diarios de Hamás contra civiles israelíes no buscaban derrotar al "régimen sionista" sino obligarlo a reaccionar con la fuerza. Hasta el propio Mahmud Abbas dijo que "todo esto se podría haber evitado" si Hamás hubiera escuchado el consejo de la ANP de no romper el alto el fuego.
Por cierto que la respuesta es desproporcionada si se compara el número de víctimas de los bombardeos de estos tres días con el que dejaron los cientos de cohetes Qassam, lanzados cada mañana y durante años sobre población israelí, sin que nadie marchara por las calles de París para denunciarlo. Israel respondió entonces con incursiones "quirúrgicas", que no lograban detener los bombardeos y cobraban decenas de víctimas inocentes.

Entonces vino el cierre de los pasos de frontera, lo que generó una escasez cruel de productos e insumos de primera necesidad y… ¡una ola de manifestaciones en varias ciudades de Occidente! Ahora, el gobierno israelí juega a la política y a la guerra (la canciller Tzipi Livni alcanzó en las encuestas a Benjamín Netanyahu, ex premier de derecha), Egipto y la ANP miran para el costado y esperan que Israel acabe con Hamás, el gobierno iraní lanza sus bravatas de ocasión, la Liga Árabe finge reaccionar, la cúpula de Hamás se resguarda bajo tierra y utiliza a sus compatriotas como escudos humanos, la comunidad internacional no aplaude ni condena los bombardeos, la pequeña burguesía occidental saca a pasear su indignación chic.

Todo esto mientras caen las bombas sobre los civiles de Gaza, que pagan con su vida las consecuencias de la insensatez terrorista. ¡Pobres palestinos!

Gerardo Sotelo


Con más de veinticinco años de trabajo como periodista, se destaca como conductor e informativista de radio y televisión. Actualmente conduce el Diario Sarandi y 690 en Punto (en Radio Sarandí) y escribe para el diario El País y para Montevideo Portal

lunes, 29 de diciembre de 2008

El derecho de Israel

Ya se ha producido la tan temida como previsible catástrofe. Después de la ruptura unilateral de la tregua por parte de Hamás y sus continuos ataques con cohetes y morteros contra el territorio meridional israelí, tras una larga serie de advertencias a las autoridades de la Franja de Gaza para que pusieran fin a los ataques terroristas, el presidente israelí, Simon Peres pidió hace días encarecidamente a la población de Gaza que impidiera a los terroristas provocar la situación que lo hiciera inevitable.

Al final, Israel ha tenido que responder. Y lo ha hecho con contundencia.
Ha destruido prácticamente todos los edificios de la policía y las milicias de Hamás, depósitos y túneles por los que se introducen en Gaza las armas. Por supuesto que ha habido víctimas civiles. Porque muchos de los arsenales están en sótanos de casas de miembros y líderes de Hamás. Porque todo el terrorismo islamista se arropa en civiles, cuyas muertes para ellos son una bandera. Pero quien vea el mapa de las operaciones realizadas sabe que el esfuerzo de las fuerzas israelíes por evitar víctimas civiles palestinas es tan denodado como el habitual de los terroristas de Hamás por matar al mayor número de civiles israelíes.

Sólo la ignorancia, la mala fe y la militancia antiisraelí de los medios de comunicación -en nuestro país ya grotescos- pueden inducir a hablar, como se ha hecho, de «ataques masivos».
Quien conozca un poco Gaza, una de las regiones más superpobladas del mundo, sabe que un ataque «masivo» habría provocado muchos miles de víctimas. Y no 280, en su mayoría hombres adultos y en gran parte uniformados.

Pero esto da igual no sólo a los medios de comunicación, también a las organizaciones políticas o humanitarias y a tantos políticos de derechas e izquierdas, a los que tan fácil les resulta condenar un bombardeo ante la opinión pública. Eso siempre confiere «caché» humanitario.
Han callado durante todo el tiempo en el que Hamás ha generado una situación que hiciera inevitable la tragedia. Hace tres años Israel se retiró de Gaza como acto de buena voluntad para intentar dar un impulso a unas negociaciones sobre los dos estados, el Israel y el palestino, cuya existencia hoy es aceptada por una abrumadora mayoría de los ciudadanos israelíes.

En la otra parte no sucede lo mismo. Cada vez son más los palestinos que siguen las consignas de Hamás y Teherán, rechazan la solución de dos Estados y llaman a la destrucción de la «entidad sionista». Hay muchos responsables de que así sea. Y no todos están en la región.
Están ante todo los terroristas de Hamás que con la ayuda de Irán y Siria y la inapreciable colaboración de la corrupción del aparato de Al Fatah de la Autoridad Palestina, consiguieron ganar unas elecciones, liquidar a sus oponentes y establecer un Estado terrorista en la frontera sur de Israel.

Mientras desde Israel, pese a la confusión y las convulsiones políticas internas, se hacían esfuerzos por proseguir las negociaciones con la Autoridad Palestina en el poder en Cisjordania, Hamás y su patrón iraní Ahmadineyad han ido ganando terreno, comprensión internacional, amigos y armas.
No sólo en Rusia, China o Pakistán, también en Europa por supuesto. ¡Qué confusión de valores por nuestros lares! Pocos hechos tan significativos como que en el Reino Unido, donde más activamente se ha hecho campaña para aislar al Estado de Israel, un canal de televisión decidiera estas navidades emitir un saludo de Nochebuena del presidente iraní, el adalid de la destrucción del Estado judío, el látigo de infieles, el carcelero de mujeres intelectuales, el verdugo de homosexuales, miembro de la Alianza de Civilizaciones con el turco Erdogán y el español Zapatero, nuestro hombre de la Kafiya.

«Comprensión hacia Hamás», «no aislar a los islamistas», «no radicalizarlos». Este sempiterno pregón de nuestro ministro Moratinos parece ya omnipresente en el discurso vacuo e insensato de gran parte de la clase política europea. Y lo es porque previamente ha sido asumido por los medios de comunicación y gran parte de la opinión pública.
Pese a toda la cultura de apaciguamiento, negociación de principios y relativismo general que se nos inocula a diario, nadie en España se atrevería a decir que las pistolas de ETA son inocuas porque tienen menos capacidad de fuego que las armas de la Guardia Civil.

Es la artera forma de analizar la realidad comparando elementos no comparables. Es la que lleva a tanto intelectual y vocero en nuestros medios a decir que los misiles artesanales de Hamás son poco más que una broma pesada y que no justifican nunca una acción contundente del agredido para acabar con ellos. Es la que lleva a tanto idiota a pensar que las armas son malas independientemente de quienes las tenga.

El hecho cierto es que el terrorismo ha tenido un éxito parcial aquí en España, como saben quienes lo denunciamos, quienes lo niegan y quienes directamente se han beneficiado de ello. Aquí el éxito del terrorismo ha supuesto privilegios para sus simpatizantes y amigos secretos o la debilidad de la idea nacional en beneficio de otros nacionalistas.
En Israel la amenaza es directamente existencial y pone en peligro su propia existencia como Estado. La creación de un Estado terrorista en Gaza en los últimos tres años y su creciente capacidad de paralizar el sur israelí pone en cuestión la propia viabilidad del Estado de Israel.

A ojos de los israelíes pero ante todo a ojos de los cientos de millones de islamistas, árabes o no, que han convertido la destrucción de Israel en el centro de su existencia. Israel no puede vivir con gran parte de su población enterrada en refugios día sí, día también, porque Hamás o Ahmadineyad quiera. Acabaría toda Israel igual y ese gran estado no se erigió en su día para ser un gran Lager bajo tierra con los SS islamistas desfilando encapuchados sobre sus campos.

Mucho se hablará ahora durante y después de esta campaña militar -que todos deseamos corta, pero puede ser muy larga y dolorosa para todos- sobre el papel en su desencadenamiento del punto de inflexión en la historia de Estados Unidos que supone la llegada de Barack Obama a la presidencia. Creo que nadie debiera sobrevalorarlo.

También creo desencaminados los intentos de explicar la operación militar israelí como parte de la dinámica electoral interna de Israel. Nada había más lejos de los deseos de la ciudadanía israelí que entrar ahora en este conflicto. Porque conocen la guerra. Y todos saben que estos muertos del fin de semana no son los primeros ni los últimos. Y que muchos no serán terroristas sino también niños y niñas tanto palestinos como israelíes y muchos soldados israelíes como la campaña prosiga por tierra.

Lo que sí debería estar claro es que los defensores de esta operación militar de Israel somos los que sufrimos por todas las muertes, también por las ahora habidas en todos los bandos.
Y enfrente hay un enemigo que se alegra de las muertes, también de las propias.
Y las busca en Israel, en las Torres Gemelas, en Londres o Atocha, en la India o en Afganistán. Forman parte de una cultura de la muerte que es enemiga de nuestra sociedad tanto como del Estado de Israel.

Y que si Israel fallara en su autodefensa, por supuesto que desaparecería como Estado democrático pero todas las demás sociedades abiertas perderíamos nuestro bastión más firme en la defensa de la ciudadela de la libertad. Una ciudadela que tiene muchas murallas minadas o tambaleantes en Occidente por el miedo a luchar, la falta de voluntad de ganar, por su confusión de valores y su incapacidad para el sacrificio. O porque, ilusos, creen que tratamos con un enemigo como nosotros. Esperemos que esta tragedia tenga un receso al menos.

Pero la guerra será larga y la lista de víctimas también. La única nota de optimismo que tengo para concluir esta reflexión está en mi profunda convicción de que Israel, con la sabiduría de miles de años de supervivencia y la memoria de quienes aun son testimonio vivo de la última vez que -ante la pasividad de todos- se quiso exterminar a su pueblo, nos dará una nueva lección a la civilización. A la única civilización existente. Israel sabrá defender, cueste lo que cueste, pese a quien pese, llore quien llore, su sagrado derecho a la existencia en libertad y dignidad.

HERMANN TERTSCH

Lunes, 29-12-08

Fuente: ABC